Conocer un lugar nuevo no es solamente llegar al destino, sino aprovechar cada minuto para absorber la cultura y el ambiente del lugar. Subirse a un tuk-tuk en Tailandia o recorrer Venecia en una góndola no es una acción sin sentido o algo que se hace meramente para moverse de un lado al otro, sino una forma de captar y recorrer el destino de la misma forma que lo hacen los locales.

De todo lo dicho queda claro que viajar es, en definitiva, moverse. Pero cómo y de qué manera, cambia el panorama. Subirse a un transporte local, elegir una forma alternativa de desplazarse, hacer paradas gastronómicas o simplemente permitir que el trayecto también sea parte del viaje es una manera de sumar profundidad a cada recuerdo.

1. Subirse a un helicóptero en Nueva York

New York, New York. Uno de esos destinos que has visto en películas y series como “Taxi Driver”, “Desayuno con diamantes”, “Buenos Muchachos”, “Sex and the City” o “West Side Story” (la lista podría seguir, pero intuímos que ya se entiende el concepto).

Aunque es una ciudad fascinante a pie de calle, pero pocos escenarios impactan tanto como verla desde el aire. Hacer un vuelo en helicóptero sobre Manhattan es una experiencia que transforma por completo la forma de entender la ciudad.

De repente, la cuadrícula de calles forma un patrón que queda grabado a fuego en la memoria. Central Park aparece como un pulmón perfectamente definido en medio del hormigón, y la Estatua de la Libertad se asoma desde el río, como queriendo saludar a los viajeros.

Este tipo de trayectos se han convertido en una atracción en sí misma. Ya no se trata solo de ver la ciudad: es una forma de percibirla en toda su escala, aunque sea un vuelo corto de entre 15 y 30 minutos.

Vista del skyline de Nueva York al atardecer con el Empire State Sobrevolar Nueva York en helicóptero permite apreciar el trazado urbano desde una perspectiva única.

2. A caballo en la Patagonia Argentina

En el otro extremo del mapa, muy lejos del ruido urbano, la Patagonia ofrece otro tipo de conexión radicalmente distinta con el territorio: el silencio, el viento, un horizonte de estepas, lagos y bosques.

Aquí los pobladores locales y los dueños de estancias (grandes fincas) pueden ofrecerte una experiencia diferente: darte un caballo, de los mansitos, en una travesía de horas por la montaña, mientras un guía especializado te lleva por cada curva de los valles y estepas, cruzando ríos helados.

Es una experiencia que no se mide en los kilómetros recorridos, sino en la cantidad de aves que ves, en la profundidad del silencio y en llenarse los ojos de la inmensidad de la Patagonia. Una experiencia de un día a caballo sólo puede estar completa con un buen asado con vinos mendocinos, ya sea durante o después del recorrido.

Caballos corriendo en un paisaje abierto de la Patagonia con montañas nevadas al fondo Una travesía a caballo por la Patagonia ofrece una conexión profunda con la naturaleza.

3. Viaje en caravana por la Ruta del Cantábrico

El norte de España esconde una de las rutas costeras más hermosas de Europa, y recorrerla en autocaravana es una forma perfecta de fundirse con el paisaje sin tener que moverse de hospedaje en hospedaje.

La Ruta del Cantábrico es una vía en perfectas condiciones que recorre desde Galicia hasta el País Vasco. Así, pasa por acantilados, playas salvajes, pueblos de pescadores y ciudades históricas como Santander, Gijón o Bilbao.

Viajar en caravana permite detenerse donde el día o el escaso buen tiempo lo requiera: desayunar con vistas al mar, improvisar una parada en un bosque frondoso o descubrir pequeñas calas libres de las grandes masas de turistas que abundan en el Sur.

Además, hay una creciente comunidad de viajeros que eligen este estilo por la libertad que ofrece y la posibilidad de vivir de forma más sencilla, sin dejar de moverse. En un país como España, donde la cultura del camping está bien desarrollada, es una alternativa cómoda y posiblemente una forma de hacer amigos viajeros.

Ala de un avión en pleno vuelo al atardecer entre las nubes El trayecto también forma parte del viaje: cada vuelo es una oportunidad para contemplar el mundo desde las alturas.

4. Un crucero por el Caribe

Para muchos, el Caribe no es más que el fondo de pantalla de Windows, con sus postales de aguas turquesas y palmeras tan inclinadas que parecen besar la arena. Sin embargo, los que tienen la oportunidad de conocerlo descubrirán que una de las experiencias más lujosas que se pueden tener aquí es la del crucero.

Mientras el barco avanza por el agua, los turistas y la tripulación se despiertan cada mañana en un país diferente. Dependiendo de la ruta, un mismo recorrido puede hacer Barbados, San Martín o las Islas Caimán. Todo esto sin tener que preocuparse por vuelos, traslados o valijas.

Además, puede ser un viaje perfecto para quienes tienen hijos de más de cinco años, ya que hay todo tipo de entretenimientos a bordo para ellos. Se mantienen entretenidos mientras los padres disfrutan del sol y la piscina. Al final, ganan todos.

Barcas tradicionales tailandesas en una playa de aguas turquesas con formaciones rocosas En Tailandia, los desplazamientos también son una experiencia cultural en sí misma.

5. Una vuelta en bicicleta por Ámsterdam

En Ámsterdam las bicicletas son mucho más que un modo de transporte, son el sello de la ciudad. De hecho, hay más bicis que habitantes. Por eso, la infraestructura está especialmente preparada para hacer un recorrido en este medio de transporte.

Viajar empalmando carriles bici permite conocer rincones de la ciudad que no podrían descubrirse de otra forma. Ya sea con una bici alquilada o en una visita guiada, es una forma accesible y sostenible de explorar una de las ciudades más encantadoras del continente.

De todo lo dicho queda claro que viajar es, en definitiva, moverse. Pero cómo y de qué manera, cambia el panorama. Subirse a un transporte local, elegir una forma alternativa de desplazarse, hacer paradas gastronómicas o simplemente permitir que el trayecto también sea parte del viaje es una manera de sumar profundidad a cada recuerdo.

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