Torrenueva: cultura, lujo y tradiciones
La villa de Torrenueva esconde un rico patrimonio histórico y cultural que la convierte en visita obligada para el turista nacional. Situada en pleno Campo de Montiel, en el sureste de Ciudad Real y a poco más de dos horas de Madrid, su cercanía a la sierra del Acebuche y al cerro del Chiriví (coronado por la cabeza del Buey, la cima más alta de la provincia) y sus parajes plagados de olivares, viñas y cereales hacen de ella un destino ideal para los amantes del senderismo y el aire libre.
Gachas, chuletas de cordero manchego y otras viandas forman parte de su oferta gastronómica y, además, en sus inmediaciones se encuentra el único estrella Michelin de Ciudad Real: el restaurante Retama, dirigido por el chef toledano Javier Aranda y situado en el lujoso complejo hotelero La Caminera Club de Campo que se asoma a un campo de golf profesional de 18 hoyos par 72 y alberga el magnífico spa Elaiwa.
Pero si hay algo que distingue por encima de todo a esta pequeña localidad de apenas 3.000 habitantes es la fiesta popular de la Borricá, una festividad única y exclusiva de Torrenueva que se celebra cada año desde hace tres siglos el martes de Carnaval y que está considerada desde 2014 Fiesta de Interés Regional.
Documentos conservados en el arzobispado de Toledo sitúan los orígenes de La Borricá en 1694, año en que se constituye la cofradía de las Benditas Ánimas, cuyo fin era el de recoger limosnas y ofrecimientos para las almas del purgatorio. Desde entonces, cuentan los vecinos, La Borricá nunca se ha dejado de celebrar, “ni siquiera durante la guerra civil”. Aunque, eso sí, ha evolucionado con el paso del tiempo: hasta 1999 se celebraba con disfraces, dando un toque más festivo y humorístico, y originariamente el recorrido se realizaba en mulas y burros, de ahí el nombre de la fiesta. Ahora los animales de tiro han sido sustituidos por caballos y el colorido no lo ponen las máscaras carnavalescas sino la bandera de las ánimas (uno de los emblemas de esta fiesta, junto con el bastón de mando y el tambor) y los ropajes y atalajes de las cabalgaduras que acompañan al abanderado.
El sentido de La Borricá no es ni estrictamente religioso ni meramente festivo. Es un día de emociones compartidas, de recuerdos revividos, de solidaridad y de apoyo vecinal al abanderado de ese año. Un vecino o vecina que, por promesa, se ha encomendado a las ánimas del purgatorio y les da las gracias por ayudarle a superar alguna adversidad. Con el primer toque de tambor, se coloca en casa de esta persona la bandera de las ánimas, en la que aparecen una calavera y dos tibias entrelazadas en amarillo sobre fondo negro y que simboliza el paño mortuorio con que se cubría a los cofrades en el siglo XVIII. A las 12 del mediodía se celebra en la parroquia del pueblo una misa de difuntos y a las 14 horas, con el segundo toque de ánimas de la jornada, tiene lugar el momento más emotivo: al son del himno nacional, interpretado por la banda municipal, se descuelga la bandera del balcón o ventana del abanderado quien, subido a lomos de su caballo y acompañado de un cortejo de jinetes (entre ellos, los portadores del tambor y del bastón de mando, posible reminiscencia al poder militar del siglo XVIII), inicia una procesión ecuestre por las calles del pueblo recogiendo las limosnas que se entregarán al párroco al final del día.
Tras recibir el responso en la Plaza Mayor, frente a la Iglesia de Santiago, el abanderado y su séquito (que puede alcanzar los 120 o 130 caballistas) recorren las ermitas y los templos de la localidad, comenzando en la del Santo Cristo del Consuelo –erigida en 1795–, continuando por las de San Antón, Veracruz y San Juan y terminando en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. Por último, se llega al camposanto, donde se reza una oración por las almas de los fallecidos. Sobre las seis de la tarde, al tercer toque de tambor, el abanderado y su familia hacen entrega al párroco de los donativos obtenidos y de la bandera.
Otras fiestas destacadas de la villa son las del Corpus Christi, en las que las calles se engalanan con toldos y alfombras de coloridos motivos realizados con serrín y sal. Acudir a la Borricá o al Corpus Christi, visitar el santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, hacer senderismo, jugar al golf, conocer su gastronomía… Cualquier motivo o todos hacen de Villanueva un buen destino.
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